La Geometría de la Conciencia en el Museo de la Memoria

Febrero de 2010

En la gran plaza hundida está la obra de Alfredo Jaar.

En un contrapunto con el edificio que emerge desde sus apoyos sobre el vacío de la plaza, a esta Geometría se accede descendiendo, como tantas veces en la historia del arte. Un cenotafio, una cripta, un rasgo abierto hacia las profundidades. Nuestras propias profundidades, una sonda hacia el propio ser, diría Humberto Díaz-Casanueva.

Es también el paso desde la luz vertical de la plaza, el resplandor neto y blanco del valle central, a la penumbra y la oscuridad. Se desvanecen los ruidos de la ciudad, se instala una sordina que apaga el rumor, así lejano e irreal. Hay una antesala y un operador con parsimonia ordena a los visitantes, sólo diez. Pide silencio y concentración. Se abre la compuerta a la Conciencia. Hay que entrar.

El autor recibe el encargo de proponer una obra para este sitio, en virtud de su trayectoria ligada a la relación con las personas en sus comunidades y a la educación que el propio Jaar señala como su quehacer, además de la producción artística en el sentido tradicional del objeto para la exhibición en los museos y galerías. La Geometría de la Conciencia aspira a ser una llamada de atención, un golpe que amplía la perspectiva y la comprensión, un lapso de tiempo en un espacio distinguido … ¿para qué? Para afinar la propia percepción. Para encontrar en nosotros mismos la tragedia, la pérdida y el vacío. Alfredo Jaar pide que le dediquemos a esta obra algunos minutos, tres para ser más preciso (lo que es varias veces más de lo que un visitante promedio se detiene frente a una obra en un museo), además del descenso y, luego de vivida la experiencia que el autor propone allá abajo, la vuelta a la realidad, la salida a la luz del presente. En este sentido, no es posible encontrar un regocijo exterior ante una determinada belleza, es un antídoto contra el fetichismo que los Gerz combaten en Alemania: “ … sólo nosotros mismos somos los que podemos …”.

Efectivamente esta experiencia no es ‘externalizable’, es intransmisible y, de modo absoluto, personal. Y se espera que gatille y dé cuenta de una mirada interna. Atención: esta es una experiencia espacial, de referencias arquitectónicas: contrastes, texturas, recorrido. El cuerpo y la luz, claro, son los protagonistas.

Viene a la memoria otra experiencia espacial, el Museo Judío en Berlín de Daniel Libeskind. Sólo para anotar que el trayecto que termina en la Torre del Holocausto tiene también esto del descenso a las tinieblas, otra vez a enfrentar la noción que cada uno tenga de eso oculto. Es del mismo modo una experiencia iniciática, en el sentido de establecer un umbral que permite la mirada hacia dentro.

Todos hemos perdido, dice el autor. Rigurosamente, en la obra están las siluetas de los detenidos desaparecidos, pero también las de personas que hoy están con nosotros, recortes elegidos al azar, incluso usted o yo podemos estar allí, entre aquellos que ‘miran’ al espectador de esta Geometría variable que enfoca hacia el infinito, dentro y fuera.

La instalación de una obra de Alfredo Jaar allí, en el Museo de la Memoria, está en un extremo, distante de otras experiencias, como la de Paine. Ese memorial está referido a 70 personas víctimas de la represión y a un ejercicio de memorialización: decir sus nombres y encontrar un lugar sobre esta tierra. La Geometría de la Conciencia sensibiliza la búsqueda que cada uno hace de su responsabilidad, de su pérdida, de su propio vacío frente a la violación sistemática de los derechos humanos, hecha por el aparato del Estado.

Para construir hay que partir de lo fundamental. Cuando el Estado de Chile decide explicitar esta situación, de lo que se trata es de la constitución de una memoria nacional, en la cual los memoriales, al mostrar buscan armar espacios de resolución para asumir nuestra propia historia conflictuada.

(Una versión de este texto fue publicada en Arte Público / Obra Pública: 15 años de la Comisión Nemesio Antúnez, MOP, 2010)

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