(comentarios al libro Derecho al suelo y la ciudad en América Latina, la realidad y los caminos posibles, publicado por el Programa Regional de Vivienda y Hábitat del Centro Cooperativo Sueco, 2012, preparados para su lanzamiento, realizado en el Colegio de Arquitectos de Chile el 20 de Junio de 2013).
En la publicación se exponen 13 experiencias en el continente, 12 de mercado y una singular, Cuba. En 3 de ellas hay una constitución nacional que asume la complejidad del suelo y de la ciudad.
El enfoque se plantea desde la perspectiva de la decisión de entender la cuestión de la ciudadanía como un derecho y al espacio urbano como fuente de bienes públicos por definición; de frente a la hipermercantilización del espacio y al despojo de los más pobres, en el contexto de la globalización neoliberal.
Entre el negocio privado y la función social se debate el tema del suelo y particularmente el suelo urbano, aunque no exclusivamente, nos señalan las experiencias descritas en este volumen, por supuesto, pero sí con énfasis: el lugar privilegiado es la ciudad (en la ciudad se respira el aire de la libertad, aseguraba Baudelaire).
Hay una mirada histórica que atraviesa prácticamente todos los artículos y se refiere a la sacrosanta propiedad privada y su instalación desde la conquista. En muchos casos hubo experiencias distintas que pusieron en jaque esta concepción de la propiedad privada. La propiedad privada, el principal de los derechos, se ha afirmado siempre desde el poder. Este cuestionamiento se dio en el período en que el Estado asumió proyectos nacionales en los cuales se estableció la responsabilidad de la propiedad privada, de cara a la sociedad, reconociendo la función social del suelo, una de las primeras manifestaciones espaciales de la contradicción entre lo público y lo privado.
Esa función social se acrecienta y se desenvuelve con mayor soltura en un contexto de planificación, que significa prever el futuro pero para hacer lo que la sociedad necesita, no sólo para favorecer intereses particulares de entidades privadas, entre estos intereses, los de los especuladores.
Las normas y las regulaciones son fundamentales pero difícilmente van a ser los motores de la transformación que se necesita. Tiene que haber una decisión que no puede ser sino política.
Lo que tiene que existir primero es una visión sobre los destinos de los territorios. Aquí la pregunta es por el país que queremos.
Llegados hasta aquí, se hace necesario especificar y detallar a qué nos referimos, de modo que no sea una interrogante retórica. Entonces habrá que reflexionar, proponer y acordar en diversas escalas. La del suelo para vivir es probablemente la primera.
Un fenómeno que nos ocurre en nuestro país es que muchas decisiones que tienen que ver con el espacio y el territorio, alrededor de las cuales hay controversia, claro, terminan siendo resueltas en el ámbito de las cortes de justicia, cuando podría haber un recurso anterior, el de las definiciones a las que se llega por la vía del debate y de la valoración hecha con parámetros que integren otras complejidades y maneras de entender la vida. Pareciera de esta manera que se acudiera a una pretendida neutralidad, la de las emisiones y las partículas, cuestiones biológicas y físico-químicas, cuando en realidad no puede tratarse sino de política.
Si volvemos a las escalas para argumentar la respuesta a la interrogante sobre el país que queremos, nos encontramos primero con las cosas que están cercanas y que podemos imaginar con mayor precisión: el barrio, la calle, la plaza, la casa finalmente; ámbitos sobre los que todos tenemos nociones, ideas, memoria. Luego siguen, en tamaños crecientes, la ciudad, el campo, los diversos dispositivos que se instalan en el territorio, los artefactos productivos, las interrelaciones entre unos y otros, entre otras expresiones de la cultura como transformación del entorno.
Entonces, lo que nos dicen las experiencias que aquí se presentan es que la concepción de mercado que se ha impuesto sobre el suelo y la ciudad, solo se podrá cambiar y reemplazar por otras si es que es posible tomar decisiones, si es que la sociedad construye su camino para llegar a tomarlas. Esas decisiones tienen que ser la manifestación de mayorías, claramente.
Así, en varios de nuestros países en la región, se han elegido gobiernos que han asumido el tema: se ha legislado, se han desarrollado políticas públicas, hay incluso sistemas complejos y sofisticados de participación de la ciudadanía. Y sin embargo, se señala en casi todas las experiencias presentadas es la presencia de un estado hostil que parece más preocupado de las utilidades privadas que del bien común. Los ministerios parecen estar más bien ocupados por operadores de las empresas inmobiliarias que por funcionarios. Es la privatización de lo público, la creación no de bienes públicos sino de oportunidades de negocio.
La ciudad es la máxima manifestación de lo humano, la producción cultural de mayor complejidad, expresión de la voluntad de tener proyectos, pensar el futuro y actuar para realizarlo. La ciudad es siempre aquella que imaginamos, que pugna por tomar lugar, por encontrar suelo, diríamos, un suelo donde apoyarse para existir. Las ciudades son ideas sobre las ciudades, dice Jordi Borja. Muchas veces ideas frustradas en el paso a la concreción.
Pero la ciudad es también el testigo implacable de la historia, anotaba Octavio Paz, esto es que nos muestra sin ambages y sin cosmética, lo que hemos sido capaces de hacer, lo que una sociedad ha construido o ha dejado hacer.
La ciudad la construyen sus habitantes. Eso es lo que hay que decir y lo que hay que defender.
Una digresión: ciudad y vivienda, en definitiva lo público y lo íntimo o lo doméstico, para no decir lo privado, que tiene en este contexto otra connotación. La casa es el lugar de a seguridad y del refugio, donde es posible el despliegue de los hábitos y de la posibilidad de la reproducción. A su vez, la ciudad es el espacio público, como lo define también Jordi, el lugar donde se pone en juego la pertenencia, los proyectos colectivos, la idea de lo que compartimos, el encuentro con los diversos, con los otros.
Entonces, el poder poner en práctica estas ideas sobre el suelo y la ciudad constituye, claro, la mayor expansión de la noción de ser humanos y, precisando, se trata un acto civilizatorio: asumir que el suelo tiene una función social, lo que discute y tensiona la noción de propiedad privada al extremo que se ha impuesto en las últimas décadas en el continente. El asunto es que actuar en consecuencia, esto es generar las condiciones para que esta función social, usando esta figura como un análogo de público, se despliegue sobre nuestros territorios, es una cuestión de civilización. Es el buen vivir del que hablaba Ana Sugranyes y Raúl Morales. Un asunto de decencia. En definitiva es un asunto de ética.
En esta publicación se hace un diagnóstico, que describe la situación, luego se le aplica un tamiz ético, con el cual se definen las cualidades de lo que se examina y analiza. Se elije lo que está bien y lo que está mal. Esto ya es bastante significativo pero lo más importante es el siguiente paso, que es la decisión de actuar, a propósito de la elección axiológica que se ha hecho.
La frustración de este continuo, expresión ideológica, manifestación de cultura, genera una consciencia fragmentada, limitada y empequeñecida por la imposibilidad de actuar. Esta es una lectura que nos enfrenta con nuestra propia historia y la nunca acabada o permanente necesidad de hacer que la idea que tenemos sobre la ciudad, el lugar y sus habitantes, encuentre el suelo que la sustente. Es la expresión del poder con que los actores dan cuenta de sus intereses, de cómo se movilizan para poner sus demandas en la ruta de las decisiones y para, en definitiva, encontrar un lugar desde donde pensar, tener las ideas y construir la ciudad, una mejor ciudad.
Surge entonces el derecho a ser efectivamente humano, esto es el derecho a construirse a sí mismo y a su generación, la familia, por supuesto, pero con tanta fuerza es la noción de historia, ser seres históricos, capaces de dejar una marca.
El derecho al suelo, a la vivienda, a la ciudad, está en esta perspectiva.
Lo que se sigue es la posibilidad real de abrirse paso, de que construyamos un camino para pasar de la expresión del deseo a la concreción.
José Piga
Dr. Arq.